Sonó el silbato del cartero, y el Tortugo salió apurado para ver qué traía. Volvió con una pila de cartas considerable, y por un rato reinó el silencio, salvo por los sonidos de rajaduras de papel y ocasionales crujidos.
“Dios mío,” dijo el Tortugo, con una hoja celeste de papel en la mano, “escucha ésto...
“¿Quién diablos te envió eso?” pregunté.
“Viejo Anónimo,” dijo el Tortugo, dando vuelta el papel y mirando en vano el otro lado.
“Bien, yo también tengo uno,” dije, inclinándome y entregándole una hoja similar de papel celeste. En ella había una pequeña matríz de números y letras:
3 | V |
8 | X |
14 | B |
15 | H |
Luego de un rato el Tortugo me miró con ojos de estar acercándose al pánico. “Ahora estamos los dos en problemas,” dijo.