“Aquí tengo una pista para tu siguiente figura,” dijo el Tortugo, mientras entraba trotando al estudio.
“¡Oh, no!” dije, viendo el libro de cuero en su mano, “¡No los clásicos otra vez!”
“¿Porqué no?” dijo el Tortugo, sentándose en mi silla más cómoda. “Una interminable fuente de sabiduría.” Abrió el libro en una página que tenía marcada y leyó en voz alta:
“¿Qué se supone que debo hacer con eso? Tiene todo el olor de ser una pista falsa.”
El Tortugo golpeteó la mesa unas cuantas veces con su señalador de cuero.
“Haz lo que quieras,” dijo, mojándose los labios.